El lenguaje inclusivo (o la conquista del Espacio)

El lenguaje inclusivo (o la conquista del Espacio)

Me yamo María Acosta. Soy sicóloga. Te hinvito a reflesionar sobre el lenguaje inclusivo. Si as tenido la templanza para poder seguir lellendo, será que debes ser una persona que incorpora la esperanza a sus actos (en este caso, acto de fe en que debe haber algo más en un texto que una buena ortografía). 

Aún así, a pesar de la esperanza, la maquinaria que utiliza tu mente para prepararte ante lo desconocido, nada más percatarse de la primera falta de ortografía, ya ha desatado su sistema de avisos y, no sé si dándote cuenta tú o sin dártela, te estaba alertando de algo, puede que de que este escrito no sería de fiar.

Esto nos sucede porque los humanos somos especialistas en traspasar las características de algo a cualquier otro algo que se le parezca, creando así un conjunto. Me explico.

Si has viajado a Italia, y lo has pasado genial, la próxima vez que te encuentres con algo-alguien de dicho país (el acento en la voz, una película, un tipo de vehículo, una comida, lo que sea), estarás predispuesto a que sea un encuentro agradable, por una cosa que en psicología se llama transformación de las funciones de un estímulo a través de un marco de relaciones (si mi viaje a Italia (A) fue Genial (B), y esta comida (C) es de Italia (A), entonces esta comida ( C) también es Genial( B); lo cual quedaría tal que así: A=B y C= A, entonces C=B).

¿Por qué explico todo esto? Porque las personas nos comportamos en base a reglas verbales de este tipo. El ejemplo de arriba es un ejemplo cualquiera de la infinitud de los que se podrían poner.

Así, si la buena ortografía es igual a buen nivel intelectual, y un buen nivel intelectual es igual artículos con contenido digno, entonces, la buena ortografía  parece asegurar que leer el artículo no será una pérdida de tiempo.

Sin embargo… todo esto que parece tan lógico, no tiene por qué resultar así. No es sino una conclusión basada en la lógica, lo cual no implica que sea literalmente la realidad.

Así, mediante este sistema extraemos conclusiones de cosas que no sabemos. Este sistema es muy útil, aunque a veces nos lleva a error.

De hecho, podrías estar leyendo este artículo (que empieza a tener una ortografía impecable) y, al terminar decirte: ¡otros 15 minutos a la basura!


Pero… ¿qué tiene que ver todo esto con el lenguaje inclusivo?


Anoche al irme a dormir le daba vueltas a este asunto. Me considero una persona feminista, con esto quiero decir que comparto el objetivo del feminismo: igualdad de oportunidades entre todos los seres humanos, sin distinciones.

Este feminismo se puede llevar a cabo de muchas formas (ya sabes que el mapa no es el territorio). Por el mismo sistema de comportamiento sometido a reglas verbales mencionado antes, cuando consideramos que estamos de acuerdo con algo, en este caso un  movimiento (el feminista), y comprobamos que hay personas feministas que hacen cosas que no nos parecen oportunas, nos planteamos si verdaderamente nosotros pertenecemos al tipo de personas que está de acuerdo con dicho movimiento.

Porque nuestro pensamiento está sometido al lenguaje, mediado por él y, el lenguaje tiene la costumbre de tejer y tejer sus redes, de vincular unas cosas con otras (nos guste o no).

¿Eres feminista? Entonces qué, ¿vas a enseñar las tetas en la calle para protestar?, preguntan algunas personas.

En otros casos les parece ridículo el lenguaje inclusivo, ellos y ellas, todos y todas, los niños y las niñas ( “qué rabia me da lo de todos y todas, qué estupidez, ¡estoy ya más harta de las feminbéciles!”… Frase que puede oírse a menudo, en gente que está muy interesada en el feminismo, aunque no se dé cuenta).

Y volviendo a lo mismo, al estar estas frases inclusivas -a veces hasta el aburrimiento- vinculadas a la corriente feminista, hay personas que rechazan el feminismo, no por su objetivo, sino por algunos hechos que forman parte de él, pero que no son él. Hechos que no son ni necesarios, ni suficientes. Hechos prescindibles para el objetivo: la igualdad de derechos y de oportunidades.

Así, si  ante un hecho vinculado al feminismo siento rabia, es probable que cuando participe de cualquier otro hecho feminista, sienta rabia (por supuesto esto tiene más complejidad de como lo estoy presentando aquí, pero para este artículo y lo que quiero transmitir, es oportuno presentarlo así de simple).

Los humanos, ante esto solemos llegar al rechazo del conjunto completo: el feminismo en este caso.

De hecho, el propio lenguaje inclusivo tiene su fundamento en que el comportamiento está sometido a reglas verbales. Concretamente en la transferencia de funciones de un estímulo cualquiera a través de la conducta verbal.

Si la manera de hablar es inclusiva, entonces esto se transferirá al comportamiento, y éste se volverá inclusivo.

Hasta aquí de acuerdo.

Sin embargo, y aquí es donde cobra sentido el título de este artículo, ¿queremos un todos y todas, o queremos conquistar-ampliar el espacio que ocupa la palabra <<todos>>? (teniendo en cuenta que las personas cuando hablamos tenemos tendencia al ahorro, a economizar el discurso).



Anoche pensaba en palabras que en español son de género femenino y que, sin embargo, el contenido que las habita, el significado (lo que representan) del significante (la palabra en sí), es mayoritariamente masculino; la primera que recordé fue la del conocido acertijo, <<eminencia>>.

Pocas personas al pensar en una eminencia en medicina incluyen en su significado a una figura femenina. Lo masculino tiene conquistados los espacios donde habitan los significados.

Toma conciencia de qué hace tu mente ante las siguientes líneas del artículo, qué se representa en tu cabeza:

Una persona astronauta.

Gerencia de un departamento de investigación.

Dirección de una empresa y su cúpula presidencial.

Una persona deportista de élite.

Una persona especialista en física cuántica.

Todas estas palabras están escritas en femenino, y sus significados son ampliamente masculinos. Así que, me pregunto si estamos yendo por el camino correcto. Porque quiero esa igualdad de derechos y oportunidades, porque quiero que hombres y mujeres compartan los espacios sin diferencias que se deban a sus genitales, me pregunto si el camino se debe seguir por la ampliación de significantes (los niños y las niñas), lo cual de alguna forma está fortaleciendo una barrera, o debemos comenzar un camino que amplifique los significados (los contenidos) de los significantes (las palabras) tales como Todos, Eminencia, Niños, Especialistas en Medicina, etc.

Es decir, comenzar un camino que amplifique y reparta los significantes entre hombres y mujeres, ya sean éstos identificados con género masculino o femenino. Porque de momento, el género masculino reina en los significantes, sean estos del signo que sean.

Se me ocurre que sería preferible cuando nos dirigimos a un grupo, hablar usando el femenino (en lugar del  manido todos y todas) y, simplemente decir todas (si me estoy dirigiendo a un grupo de personas, estaría incluyendo a todas las personas del auditorio).

Gracias a todas por haberme leído 😉

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La publicidad mental

La publicidad mental

Ayer me fui a la cama después de haber visto Buenafuente y el monólogo de Broncano en La Resistencia (por cierto…¿hay alguien que llame al programa de Buenafuente Lait Motiv?). Como te decía, me había ido a dormir, pero ocurrió algo así como apagar la tele y encender la mente.

De hecho, este artículo que escribo ahora es una de las muchas ideas que anoche se me acumulaban a empujones  detrás de los ojos cuando me fui a la cama.

Escogí ésta porque me hizo gracia imaginarme la mente como una experiencia similar a ver la televisión. ¿Que de qué hablo? Bueno, doy por hecho que has experimentado lo que ocurre al ver la tele (y también doy por hecho que has experimentado lo que ocurre cuando se tiene una mente).

Una de las cosas en las que se parecen ver la tele y tener mente es la falsa ilusión de control sobre lo que pasa ahí.

Una se dispone a elegir el contenido, incluso a ir directamente a por él, a la  zona de búsqueda. Cuando encuentras lo que buscas (¡sí, a veces ocurre!), le das al botón y empiezas a disfrutar (otras veces te conformas con lo que sea que estén emitiendo, y te tragas a los que hacen cabañas en mitad del bosque, a los leones devorando ñúes, o lo que sea).

Así que, llena de entusiasmo, empiezas a ver tu programa, serie, o lo que sea que te apetezca ver en ese momento (cuando es televisión de pago, además, das por hecho que no va a haber publicidad. Y ¡cuál es tu sorpresa!… de repente, ¡pum! ANUNCIOS… Pero ¡si es de pago!).

La tele te hace lo mismo que tu mente cuando, por ejemplo, te dispones a empezar ese libro que tantas ganas tenías de leer, o a hacer cualquier cosa que requiera un grado mínimo de atención: casi sin que te des cuenta… ¡pum! te cuela su publicidad sin que hayas tenido el más mínimo control sobre ello.

Con la mente además suele ocurrir que, te das cuenta de que estás en anuncios cuando ya llevas un rato tragándotelos. Te puede pasar algo parecido a eso que nos ha pasado a todas… pero…¿qué película estaba viendo?… Si era leer lo que hacías, y tu mente se ha ido a publi… pero… ¿de qué demonios iba este capítulo?…Si te ha pasado durante un encuentro sexual… dios mío, ¡me he ido por completo!

Esto puede pasarnos en situaciones muy variopintas, de hecho, nos puede pasar en todas las situaciones donde nos acompañe nuestra mente. De camino a casa, yendo hacia el trabajo, en el trabajo, mientras conduces, en el supermercado haciendo la compra, durante una conversación con otra persona, asistiendo a una conferencia, teniendo sexo, mientras te comes tu plato favorito, ¡mientras ves la tele!, ¡al tratar de observar a tu propia mente! al estudiar… En fin, en una infinidad de situaciones, tantas como puedas experimentar.

De la misma forma que pasa con los anuncios, la mente a veces nos ofrece contenidos que, si los compramos, nos acercamos hacia lo que queremos, o valoramos… Pero otras veces, que no son pocas, comprar lo que anuncia la mente puede llevarnos a sentir una intensidad de frustración nada desdeñable.

Y no solamente eso, sino que, sin darte cuenta, te has gastado lo que tenías (llámalo tiempo, fuerza, ánimo) en contenidos que no te llevan más que a tener la casa llena de enredos. Cuantos más contenidos mentales compras de este tipo, más ocasiones tienes de ir tropezando con ellos cuando te mueves por tu vida. ¿Te suena de algo? 

persona a punto de caer al tropezar con la misma piedra de siempre. Hace tanto por no mirarla, que se suele tropezar con ella…

Como los anuncios, la publi mental se dirige a nosotros en primera persona (también le gusta mucho utilizar  el verbo ser). Aunque se diferencia en que no lo hace en un tono tan adulador como la tele. La mente no suele decirte porque tú lo vales (por mucho que verbalices ese eslogan en voz alta).

Más bien lo que suele hacer es lo que en márketing se llama publicidad comparativa, de modo que te muestra lo mejor de los demás, en comparación con la mediocridad de ti mismo.


Una muestra de publicidad comparativa

El pensamiento tiene la capacidad de hacernos publicidad en cualquier situación de nuestro día a día. Es cierto, hay veces que estamos tan concentrados en lo que estamos haciendo, que pasamos de los anuncios y no nos gastamos nada en lo que nos ofrece la publi mental. Casi como si no existiera. Como cuando está la tele puesta pero la conversación que tienes con alguien es tan interesante que ni te enteras. Si eres uno de los afortunados que han desarrollado esta habilidad, ya sea naturalmente, o concienzudamente, ¡enhorabuena! (eso es lo que ahora llaman estar en estado mindful, o atención  plena).

Para el resto de los mortales, hay una buena noticia: esta habilidad se puede entrenar, no quiere decir que se pueda llevar a cabo siempre (es más, dudo que eso sea buena idea), pero sí que podemos tratar de dejar de consumir compulsivamente lo que la publi mental nos ofrece.

Pero, ¡¡¿eso cómo se hace?!!

No te preocupes, he preparado

este artículo con algunas herramientas para que empieces a poner en práctica eso de “pasar de los anuncios”

(en un principio lo iba a colar todo en este mismo artículo, pero he pensado que mejor digerir esta primera parte, y después tratar de pasar a la acción).

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Sólo quiero dejar de pensar

Sólo quiero dejar de pensar

¡Te invito a realizar un mini-experimento!

Muy pocas personas son capaces de realizar con éxito esta prueba:

Sólo te voy a pedir una cosa… Piensa un momento y dime, ¿cómo se llama tu madre?

Bueno, no hace falta que me lo digas, ¡está claro que no me voy a enterar! Pero… a ver ¿cómo se llama tu madre?

Ok.

  • La prueba es la siguiente:

En breves líneas te volveré a realizar la misma pregunta… Haz todo lo posible para que, cuando leas la pregunta, ni por un momento venga a tu mente el nombre de tu madre. Puedes poner en práctica la estrategia que quieras. El objetivo es sencillo, controlar que ese diminuto pensamiento, el nombre de tu madre, así como su imagen o la idea de tu madre, no se cuelen en tu mente. No pensar en nada que tenga que ver con tu madre.

alguien silbando…

Bueno… ya va siendo hora de que continuemos con nuestra prueba…

El único requisito es no pensar en el nombre.

Bien…

¿Podrías decirme, cómo se llama tu madre?

¿Qué? No te acuerdas, ¿verdad?

¿Has conseguido no pensar en su nombre?

Y si lo has conseguido… ¿qué es lo que has conseguido?

Seguramente cuando has respondido si lo has conseguido (hayas dicho que sí o que no), ya has vuelto a pensar en el nombre de tu madre. Apostaría, además, a que no has dejado de pensar del todo en él  en ningún momento. De hecho, lo que estaba guiando tu comportamiento ya lo incluía en tu mente: no puedo pensar en el nombre de mi madre cuando me pregunte.

Se crea una especie de estado de alerta, por si en algún momento se detecta la presencia de ese pensamiento en particular.

Ponemos un cartel de: se busca este pensamiento.

Llenamos las calles de nuestra mente con carteles. Quizá, casi sin darte cuenta te has preguntado…

«¿Qué hago?» tratando de resolver el problema.

Una propuesta ha aparecido: cuando leas la pregunta, piensa en otra cosa, en lo que sea, cuenta hasta veinte, distráete… (si ha sido así, ¿en qué has pensado?).


No debería pensar “éstas cosas sobre mí”*

Debería quererme más

¿Te suena de algo?

Si pudiera deshacerme de estos pensamientos tan negativos… Entonces sí que podría vivir la vida que me gustaría.

*(cambia lo entrecomillado por cualquier pensamiento que sea recurrente en tu vida, y que no te guste en absoluto)

El ejercicio de arriba no es posible llevarlo a cabo con éxito. Y lo sabes. Sabes que el poder de controlar el pensamiento tiene límites. Te lo dice tu experiencia. Quizá puedas mantener a raya un pensamiento durante un tiempo, pero no es algo que esté en tu mano permanentemente.

Por otro lado, tu experiencia también te dice que el pensamiento puede llegar a ser muy desagradable, angustiarte. Tanto, que harías cualquier cosa con tal de sentir algo de alivio.

Pero, en muchas ocasiones… lo que dice nuestra mente y la realidad no se parecen en absoluto.

Aunque parezca que son exactamente la misma cosa

¡Claro que los pensamientos también son reales! Me refiero a su contenido, a lo que representan. No dejan de ser una especie de holograma de algo que ya ocurrió, o que podría ocurrir.

Lo que diga el holograma no tiene por qué ser la verdad. Por ejemplo, en el ejercicio de antes, has tratado de llevar a cabo la propuesta: no recordar el nombre de tu madre.

Quizá con el objetivo de comprobar tus capacidades, o de entrenarte para aprender a controlar la mente…

Sin embargo, aunque tuvieses el pensamiento de que muy poca gente es capaz de hacerlo y esta idea haya estado en tu mente como cierta, lo cierto es que no es verdad. Lo que has experimentado es que, tarde o temprano, el nombre aparece ante la pregunta: ¿cómo se llama tu madre?

Habitualmente, para no tener pensamientos difíciles, el tratar de dejar de pensar conlleva dejar de hacer cosas que relacionamos con la aparición de estos pensamientos desagradables.

Como cuando Luke Skywalker se exilia en el lugar más recóndito de la galaxia para olvidar su fracaso como Jedi (es curioso, porque su determinación le aleja de todo lo que quiere, menos del recuerdo del fracaso). Así mismo, si los hologramas del lado oscuro (los pensamientos difíciles) suelen aparecer por ejemplo: cuando estoy con gente no familiar, ese dejar de pensar podría implicar evitar dichas situaciones.

Luke Skywalker en la isla Ahch-To, en su exilio, alejado de todo lo que es importante para él

Con esto como norma, nos ponemos en estado de hipervigilancia y, además, realizamos muchas acciones con tal de evitar los pensamientos darthvader (por aquello del lado oscuro de la fuerza).

Es como estar a la caza del pensamiento desagradable. Si lo tomamos por costumbre… podemos llegar a vivir con gran malestar e incluso sufrimiento, poniendo todo nuestro esfuerzo en cortar el paso a esos pensamientos desagradables, y desocupándonos de lo que realmente haríamos si por fin los pensamientos difíciles nos dejaran en paz.


El hecho de que ir al psicólogo a algunas personas les parezca una debilidad puede estar relacionado con que hacer terapia parece poner en duda nuestra más preciada capacidad: razonar.

Damos por hecho que, si necesitamos ir al psicólogo, es porque no estamos siendo capaces de razonar como deberíamos.

¿Es que mi más preciada herramienta se me ha estropeado?

Para el que sólo tiene un martillo… Todo son clavos

Es curioso. La experiencia clínica me dice que, en muchas ocasiones, los problemas psicológicos empiezan con un uso indiscriminado del razonamiento.

Nos convertimos en los carceleros de nuestra vida, armados de razones.

¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué me vienen estos pensamientos? No debería pensar estas cosas. Si yo sirviera para algo no tendría estos pensamientos, que me hacen sentirme tan mal… Esto no es bueno… Debe de pasarme algo… ¿Pero qué es lo que tengo? Estoy depresivo… Eso es lo que me pasa… ¿Cómo voy yo a hacer mi vida con esto en la cabeza?

Nos convertimos en carceleros de nuestra vida y, armados de razones, empezamos a dejar de lado muchas de las actividades que antes hacíamos.

Ahora, nuestra actividad principal es la de vigilante de seguridad. A cada pensamiento difícil, un buen martillazo.

De modo que podemos llevarnos horas, incluso días, dándole vueltas y vueltas a algún asunto difícil, martilleándonos la cabeza en búsqueda del por qué y de la solución definitiva al malestar que sentimos.

Entramos en este tipo de discusiones mentales porque creemos que nuestro martillo sirve para todo, usando la razón nos quitaremos eso de la cabeza.

Y nos quedamos en casa, dedicados en exclusiva a pensar acerca de lo que nos pasa. Sin embargo, ocurre justo lo contrario. Cuanto más usamos el martillo, más dolor sentimos.

Algo nos dice que el martillo es la herramienta. La mejor herramienta. ¡Nos ha sido útil en tantas ocasiones!

Nos enfrascamos en discusiones mentales que nos dejan agotados. Sin ganas de nada. E incluso terminamos convenciéndonos de que tal vez sea verdad… Soy un inútil…

Pero… y ¿si el problema no son los pensamientos en sí, sino todo lo que hacemos, todo el esfuerzo que invertimos en librarnos de ellos a base de martillazos?

Al fin y al cabo, los pensamientos son eso, pensamientos.

La cultura nos cede el martillo de la razón. Hemos aprendido que con esta herramienta podemos resolverlo todo.

Sin embargo, a veces nuestras experiencias necesitan de algo más que razonamientos. La vida nos pide que dejemos el martillo a un lado.

Trabajar ciertas habilidades psicológicas. Habilidades que, para desarrollarse, han de ponerse en marcha en presencia del flujo incesante del pensamiento. Sea cual sea su contenido. Agradable, neutro, desagradable, una mezcla de ambos…

Habilidades psicológicas como la paciencia, la ecuanimidad, la observación. Todas ellas pueden resultar una utopía. Sin embargo, trabajar su desarrollo para establecer tendencias psicológicas hacia la flexibilidad conductual y cognitiva…

Quizá sea mejor idea que liarnos a martillazos con pensamientos recurrentes y desagradables

Al fin y al cabo, podemos recorrer un mismo territorio cambiando las rutas que solemos seguir, en lugar de golpearnos la cabeza sin parar.

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Los tiempos están cambiando.

Hace unos años ir al psicólogo era tabú. En cierto modo, ir a psicoterapia significaba que te colgaran un sambenito (sí, como los que colgaba la Inquisición a aquellas personas a las que condenaba como pecadoras).

Ese sambenito decía “esta persona está mal de la cabeza” y, por tanto, no se podía confiar en ella demasiado. Si ibas a terapia, no debías ser fiable. Nos guste o no, esto ha sido así históricamente.

Sin embargo, hoy en día acudir a una consulta de psicología se está normalizando.

Cada vez más personas se animan a hacer psicoterapia, el mundo está cambiando muy rápidamente y, este ritmo de cambio nos genera mucha incertidumbre.

El tiempo de las certezas se ha esfumado.

Cada vez vivimos en mayor diversidad, hay más donde elegir, más con qué identificarnos, y vivir ante tantas opciones a veces es una tarea difícil.

 

Nos cuesta adaptarnos a este nuevo contexto multidiverso. Además, desarrollar habilidades en el arte de construir y habitar nuestra identidad se ha convertido en algo más necesario de lo que lo fue hace unos años.

A todo esto hay que añadir un contexto filosófico que no nos facilita la tarea.  A pesar de que transitamos una época de cambios socioculturales vertiginosa, existe una especie de nueva inquisición, un artefacto filosófico de la new age: la tiranía del bienestar.

 

En un mundo que es vertiginoso, el nuevo sambenito, el nuevo pecado es:  experimentar pensamientos, sentimientos y emociones negativas.

 

¿Y qué ocurre entonces? Que el objetivo se convierte en sentirnos bien, a toda costa. En todo momento.

Nadie quiere llevar el sambenito colgado, ¿verdad?

Nuestra mente reacciona a la tiranía del bienestar como lo hace en navidad a la omnipresencia publicitaria.

Necesitamos sentirnos bien, como necesitamos comprar: de forma compulsiva.

La mente empieza a parecerse a un radar de emociones, que pita cuando aparece la desgana, la tristeza, la ansiedad. Si llevo una racha  mala con mi pareja, si siento apatía laboral, si últimamente no disfruto como de costumbre, si me he tenido que ir lejos de donde está mi gente, si en las relaciones sexuales no hay fuegos artificiales, si me he quedado sin trabajo, si el dinero no me llega más que para sobrevivir…

Si asoma la cabeza cualquier tipo de dolor, o apatía, frustración… de repente un objetivo lo gobierna todo: eliminarlo, hacer desaparecer el malestar de mi vida y de mi cuerpo. Estamos alerta por si el radar suena.

Además, la tiranía no centra la meta en animarte a observar tu propia vida, su contexto, contemplarla, comprender qué es lo que ese malestar está diciendo y, desde ahí, valorar hasta dónde puedes llegar. No te anima a valorar qué puedes y qué no puedes hacer. Esta tiranía de la felicidad no te lleva a una postura que sea coherente con lo que es valioso para ti. No.

Tan sólo dice que debes estar bien, ser el mejor ejemplar de tu especie, y dicta lo que significa ser y estar bien: alegre, activa, optimista, tranquilo, dispuesta a todo, aventurero, segura de ti misma, infalible, en forma… A todo esto hay que añadir el adverbio de modo siempre. 

Dicta que no debes pensar determinadas cosas. Nunca. Que sentirte mal no es válido. Que elimines todo eso de tu experiencia.

Una vez que esos mensajes han calado, se pierden de vista los propios valores, los objetivos propios, para centrarnos en uno sólo: sentirnos bien a toda costa. Me cueste lo que me cueste.

Por todos lados recibimos este tipo de publicidad con respecto al “deber de sentirme bien”, frente al “derecho a sentirme mal” (basta con ver cómo triunfan empresas como MR. Wonderful para darnos una idea de la denostación que nuestra cultura le da al malestar emocional).

Por todos lados, libros, artículos, películas, programas de radio y televisión,  nos dicen: “si quieres vivir bien, tienes que sentirte bien”. “Controla y haz desaparecer tu ansiedad”. “Elimina los miedos de tu vida”. “Lucha contra la depresión”. “¿Sin tiempo para ti? Pon en marcha estos consejos para tener un cuerpo 10”… Y un largo etcétera.

Así, el malestar que experimentamos se convierte en doble. Tenemos el malestar propio de los acontecimientos vitales, más el añadido por no cumplir el canon de felicidad que se nos vende por todas partes.

Todos esos mensajes y sus repercusiones (las estrategias que empezamos a usar para luchar contra “lo malo”) no hacen sino contribuir a aumentar el dolor que sentimos.

Y es  entonces cuando el sufrimiento se abre paso. La sensación de fracaso tras la gran cantidad de ocasiones en las que no  alcanzamos la meta, cuando la meta es eliminar de nuestra experiencia emociones o pensamientos difíciles, nos duele profundamente, ese fracaso parece decir: no sabes cómo vivir una vida feliz.

Es como si esas  emociones y sensaciones (tristeza, miedo, rabia, ansiedad) se hubieran convertido en los pecados del siglo XXI.

Y no se peca solo de emoción, sino también de pensamiento. También hay pensamientos negativos que una persona no debe tener, según esa lógica misterwanderful de la que hablábamos.

Sin embargo, algo está cambiando.

Las personas se están cansando. Se cansan, nos cansamos de tener que agotar todas nuestras fuerzas luchando contra viento y marea en busca del bienestar continuado.

La lucha por el bienestar permanente es una tarea extenuante. Estamos agotadas. Y es que, ¿cómo vamos a sentirnos medianamente bien si estamos en una lucha permanente contra nuestras propias experiencias? Tenemos ejemplos de este cansancio en libros como Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo. Un libro escrito por la ensayista norteamericana Bárbara Ehrenreich.

Ehrenreich, activista por la paz, ensayista, periodista, doctorada en biología y experta en inmunología celular, pasó por un proceso muy difícil en su vida. Le diagnosticaron cáncer.

Como ella misma cuenta, se decidió a escribir este libro cuando llegaron a decirle: “tienes que estar agradecida al cáncer”.

Hay momentos muy duros en la vida, como puede ser recibir un diagnóstico de una enfermedad como el cáncer. Como puede ser la muerte de alguien a quien queremos. Es normal pasar por todo un sin fin de emociones desagradables, por pensamientos horribles en una situación así.

 

 

Lo último que necesita una persona en esta situación es, añadir a su dolor el sufrimiento por no estar sintiendo lo que debería, llámese agradecimiento, llámese visión positiva ante la enfermedad, o lo que sea.

 

 

La cultura occidental ha diseñado un mapa, que a todas luces parece el mejor, el único. Tiene destellos luminosos. Como un anuncio de coca-cola. El mapa del bienestar.

Es como si la persecución de el sueño americano (que postulaba que querer es poder y que todos podemos con todo) se hubiera infiltrado en todas y cada una de las áreas de nuestra vida. Y además, que podemos solos, individualmente. Tan sólo teniendo pensamientos positivos sobre lo que ocurre. Siendo positivos.

Libros como El Secreto (un superventas del crecimiento personal) postulan que podemos modificar lo que atraemos a nuestra vida, tan sólo modificando lo que pensamos, haciendo vibrar nuestra mente en una determinada frecuencia. Puede parecer una tontería. Pero este libro, sólo en sus primeros cuatro años de vida, vendió 20 millones de copias y fue traducido a 46 idiomas. Este tipo de libros ha sabido crear un producto altamente demandado en nuestra sociedad: herramientas para alcanzar la felicidad (en este caso la herramienta publicitada es el arte de atraer lo bueno a través del pensamiento).

Todo este movimiento del pensamiento positivo conlleva un rechazo absoluto del malestar. Y no solamente esto, sino también una idea asociada, la de que cada individuo es el principal culpable de sus problemas psicológicos y también de los físicos. Y si es el causante, también puede ser él solo quien los solucione. Si tienes una enfermedad, es porque la has atraído con tu forma de pensar (duro, ¿verdad?).

Además, si cada individuo por sí solo debe poder con todo, ¿en dónde queda, por ejemplo, la lucha social?, ¿en dónde la responsabilidad de cada cultura, gobierno, contexto? No es difícil llegar a ver cómo ésta tiranía del sentirse bien puede muy bien funcionar  como elemento de control social.

Y dadas todas estas circunstancias… ¿Qué podemos hacer?

En el caso de que tengamos la sensación de insatisfacción con cómo se suceden las cosas en nuestra vida, de que hay algo que hace tiempo no anda por donde querríamos, podemos tratar de darnos cuenta de si el mapa que tenemos nos sirve o no. Tomar consciencia de qué estamos sintiendo y al servicio de qué hacemos lo que hacemos.

Ese mapa que nos llevará a la deseada felicidad… ¿nos está acercando o alejando de la vida que nos gustaría vivir? Es posible que haya a quien le sirva, en ese caso está claro que, oye, si tengo un mapa que me orienta y me funciona, ¡para qué cambiarlo!

Esa vida que deseamos, quizá sea una utopía, pero las utopías nos pueden servir como brújulas que señalen el norte.

 



Construir nuestros propios mapas es una tarea compleja. Podemos decidir hacerlo acudiendo a un especialista en psicología, o por nuestra cuenta buscando los recursos que creamos convenientes.

Imagina que quieres cruzar un territorio, y siempre que lo haces sigues la misma ruta. En ese ruta hay un momento en el que siempre te haces daño porque debes cruzar un túnel muy muy estrecho. Lo llevas haciendo años.

¿Crees que en algún momento revisarías si hay otras rutas, otros mapas, para transitar ese lugar?

Yo me preguntaría… lo que hago, ¿está orientado por mi propia brújula o por  la que me dieron? Y, sea como sea, ¿me sirve este mapa?, ¿es posible dibujar otro?, ¿sería bueno para mí modificar el mapa que utilizo en base a las experiencias que he tenido?

 

 

¿Quién dice cuál es el camino a seguir?

 

 

 

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