Muy pocas personas son capaces de realizar con éxito esta prueba:
Sólo te voy a pedir una cosa… Piensa un momento y dime, ¿cómo se llama tu madre?
Bueno, no hace falta que me lo digas, ¡está claro que no me voy a enterar! Pero… a ver ¿cómo se llama tu madre?
Ok.
La prueba es la siguiente:
En breves líneas te volveré a realizar la misma pregunta… Haz todo lo posible para que, cuando leas la pregunta, ni por un momento venga a tu mente el nombre de tu madre. Puedes poner en práctica la estrategia que quieras. El objetivo es sencillo, controlar que ese diminuto pensamiento, el nombre de tu madre, así como su imagen o la idea de tu madre, no se cuelen en tu mente. No pensar en nada que tenga que ver con tu madre.
alguien silbando…
Bueno… ya va siendo hora de que continuemos con nuestra prueba…
El único requisito es no pensar en el nombre.
Bien…
¿Podrías decirme, cómo se llama tu madre?
¿Qué? No te acuerdas, ¿verdad?
¿Has conseguido no pensar en su nombre?
Y si lo has conseguido… ¿qué es lo que has conseguido?
Seguramente cuando has respondido si lo has conseguido (hayas dicho que sí o que no), ya has vuelto a pensar en el nombre de tu madre. Apostaría, además, a que no has dejado de pensar del todo en él en ningún momento. De hecho, lo que estaba guiando tu comportamiento ya lo incluía en tu mente: no puedo pensar en el nombre de mi madre cuando me pregunte.
Se crea una especie de estado de alerta, por si en algún momento se detecta la presencia de ese pensamiento en particular.
Ponemos un cartel de:se busca este pensamiento.
Llenamos las calles de nuestra mente con carteles. Quizá, casi sin darte cuenta te has preguntado…
«¿Qué hago?» tratando de resolver el problema.
Una propuesta ha aparecido: cuando leas la pregunta, piensa en otra cosa, en lo que sea, cuenta hasta veinte, distráete… (si ha sido así, ¿en qué has pensado?).
No debería pensar “éstas cosas sobre mí”*
Debería quererme más
¿Te suena de algo?
Si pudiera deshacerme de estos pensamientos tan negativos… Entonces sí que podría vivir la vida que me gustaría.
*(cambia lo entrecomillado por cualquier pensamiento que sea recurrente en tu vida, y que no te guste en absoluto)
El ejercicio de arriba no es posible llevarlo a cabo con éxito. Y lo sabes. Sabes que el poder de controlar el pensamiento tiene límites. Te lo dice tu experiencia. Quizá puedas mantener a raya un pensamiento durante un tiempo, pero no es algo que esté en tu mano permanentemente.
Por otro lado, tu experiencia también te dice que el pensamiento puede llegar a ser muy desagradable, angustiarte. Tanto, que harías cualquier cosa con tal de sentir algo de alivio.
Pero, en muchas ocasiones… lo que dice nuestra mente y la realidad no se parecen en absoluto.
Aunque parezca que son exactamente la misma cosa
¡Claro que los pensamientos también son reales! Me refiero a su contenido, a lo que representan. No dejan de ser una especie de holograma de algo que ya ocurrió, o que podría ocurrir.
Lo que diga el holograma no tiene por qué ser la verdad. Por ejemplo, en el ejercicio de antes, has tratado de llevar a cabo la propuesta: no recordar el nombre de tu madre.
Quizá con el objetivo de comprobar tus capacidades, o de entrenarte para aprender a controlar la mente…
Sin embargo, aunque tuvieses el pensamiento de que muy poca gente es capaz de hacerlo y esta idea haya estado en tu mente como cierta, lo cierto es que no es verdad. Lo que has experimentado es que, tarde o temprano, el nombre aparece ante la pregunta: ¿cómo se llama tu madre?
Habitualmente, para no tener pensamientos difíciles, el tratar de dejar de pensar conlleva dejar de hacer cosas que relacionamos con la aparición de estos pensamientos desagradables.
Como cuando Luke Skywalker se exilia en el lugar más recóndito de la galaxia para olvidar su fracaso como Jedi (es curioso, porque su determinación le aleja de todo lo que quiere, menos del recuerdo del fracaso). Así mismo, si los hologramasdel lado oscuro (los pensamientos difíciles) suelen aparecer por ejemplo: cuando estoy con gente no familiar, ese dejar de pensar podría implicar evitar dichas situaciones.
Con esto como norma, nos ponemos en estado de hipervigilancia y, además, realizamos muchas acciones con tal de evitar los pensamientos darthvader (por aquello del lado oscuro de la fuerza).
Es como estar a la caza del pensamiento desagradable. Si lo tomamos por costumbre… podemos llegar a vivir con gran malestar e incluso sufrimiento, poniendo todo nuestro esfuerzo en cortar el paso a esos pensamientos desagradables, y desocupándonos de lo que realmente haríamos si por fin los pensamientos difíciles nos dejaran en paz.
El hecho de que ir al psicólogo a algunas personas les parezca una debilidad puede estar relacionado con que hacer terapia parece poner en duda nuestra más preciada capacidad: razonar.
Damos por hecho que, si necesitamos ir al psicólogo, es porque no estamos siendo capaces de razonar como deberíamos.
¿Es que mi más preciada herramienta se me ha estropeado?
Para el que sólo tiene un martillo… Todo son clavos
Es curioso. La experiencia clínica me dice que, en muchas ocasiones, los problemas psicológicos empiezan con un uso indiscriminado del razonamiento.
Nos convertimos en los carceleros de nuestra vida, armados de razones.
¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué me vienen estos pensamientos? No debería pensar estas cosas. Si yo sirviera para algo no tendría estos pensamientos, que me hacen sentirme tan mal… Esto no es bueno… Debe de pasarme algo… ¿Pero qué es lo que tengo? Estoy depresivo… Eso es lo que me pasa… ¿Cómo voy yo a hacer mi vida con esto en la cabeza?
Nos convertimos en carceleros de nuestra vida y, armados de razones, empezamos a dejar de lado muchas de las actividades que antes hacíamos.
Ahora, nuestra actividad principal es la de vigilante de seguridad. A cada pensamiento difícil, un buen martillazo.
De modo que podemos llevarnos horas, incluso días, dándole vueltas y vueltas a algún asunto difícil, martilleándonos la cabeza en búsqueda del por qué y de la solución definitiva al malestar que sentimos.
Entramos en este tipo de discusiones mentales porque creemos que nuestro martillo sirve para todo, usando la razón nos quitaremos eso de la cabeza.
Y nos quedamos en casa, dedicados en exclusiva a pensar acerca de lo que nos pasa. Sin embargo, ocurre justo lo contrario. Cuanto más usamos el martillo, más dolor sentimos.
Algo nos dice que el martillo es la herramienta. La mejor herramienta. ¡Nos ha sido útil en tantas ocasiones!
Nos enfrascamos en discusiones mentales que nos dejan agotados. Sin ganas de nada. E incluso terminamos convenciéndonos de que tal vez sea verdad… Soy un inútil…
Pero… y ¿si el problema no son los pensamientos en sí, sino todo lo que hacemos, todo el esfuerzo que invertimos en librarnos de ellos a base de martillazos?
Al fin y al cabo, los pensamientos son eso, pensamientos.
La cultura nos cede el martillo de la razón. Hemos aprendido que con esta herramienta podemos resolverlo todo.
Sin embargo, a veces nuestras experiencias necesitan de algo más que razonamientos. La vida nos pide que dejemos el martillo a un lado.
Trabajar ciertas habilidades psicológicas. Habilidades que, para desarrollarse, han de ponerse en marcha en presencia del flujo incesante del pensamiento. Sea cual sea su contenido. Agradable, neutro, desagradable, una mezcla de ambos…
Habilidades psicológicas como la paciencia, la ecuanimidad, la observación. Todas ellas pueden resultar una utopía. Sin embargo, trabajar su desarrollo para establecer tendencias psicológicas hacia la flexibilidad conductual y cognitiva…
Quizá sea mejor idea que liarnos a martillazos con pensamientos recurrentes y desagradables…
Al fin y al cabo, podemos recorrer un mismo territorio cambiando las rutas que solemos seguir, en lugar de golpearnos la cabeza sin parar.
Hace unos años ir al psicólogo era tabú. En cierto modo, ir a psicoterapia significaba que te colgaran un sambenito (sí, como los que colgaba la Inquisición a aquellas personas a las que condenaba como pecadoras).
Ese sambenito decía “esta persona está mal de la cabeza” y, por tanto, no se podía confiar en ella demasiado. Si ibas a terapia, no debías ser fiable. Nos guste o no, esto ha sido así históricamente.
Sin embargo, hoy en día acudir a una consulta de psicología se está normalizando.
Cada vez más personas se animan a hacer psicoterapia, el mundo está cambiando muy rápidamente y, este ritmo de cambio nos genera mucha incertidumbre.
El tiempo de las certezas se ha esfumado.
Cada vez vivimos en mayor diversidad, hay más donde elegir, más con qué identificarnos, y vivir ante tantas opciones a veces es una tarea difícil.
Nos cuesta adaptarnos a este nuevo contexto multidiverso. Además, desarrollar habilidades en el arte de construir y habitar nuestra identidad se ha convertido en algo más necesario de lo que lo fue hace unos años.
A todo esto hay que añadir un contexto filosófico que no nos facilita la tarea. A pesar de que transitamos una época de cambios socioculturales vertiginosa, existe una especie de nueva inquisición, un artefacto filosófico de la new age: la tiranía del bienestar.
En un mundo que es vertiginoso, el nuevo sambenito, el nuevo pecado es: experimentar pensamientos, sentimientos y emociones negativas.
¿Y qué ocurre entonces? Que el objetivo se convierte en sentirnos bien, a toda costa. En todo momento.
Nadie quiere llevar el sambenito colgado, ¿verdad?
Nuestra mente reacciona a la tiranía del bienestar como lo hace en navidad a la omnipresencia publicitaria.
Necesitamos sentirnos bien, como necesitamos comprar: de forma compulsiva.
La mente empieza a parecerse a un radar de emociones, que pita cuando aparece la desgana, la tristeza, la ansiedad. Si llevo una racha mala con mi pareja, si siento apatía laboral, si últimamente no disfruto como de costumbre, si me he tenido que ir lejos de donde está mi gente, si en las relaciones sexuales no hay fuegos artificiales, si me he quedado sin trabajo, si el dinero no me llega más que para sobrevivir…
Si asoma la cabeza cualquier tipo de dolor, o apatía, frustración… de repente un objetivo lo gobierna todo: eliminarlo, hacer desaparecer el malestar de mi vida y de mi cuerpo. Estamos alerta por si el radar suena.
Además, la tiranía no centra la meta en animarte a observar tu propia vida, su contexto, contemplarla, comprender qué es lo que ese malestar está diciendo y, desde ahí, valorar hasta dónde puedes llegar. No te anima a valorar qué puedes y qué no puedes hacer. Esta tiranía de la felicidad no te lleva a una postura que sea coherente con lo que es valioso para ti. No.
Tan sólo dice que debes estar bien, ser el mejor ejemplar de tu especie, y dicta lo que significa ser y estar bien: alegre, activa, optimista, tranquilo, dispuesta a todo, aventurero, segura de ti misma, infalible, en forma… A todo esto hay que añadir el adverbio de modo siempre.
Dicta que no debes pensar determinadas cosas. Nunca. Que sentirte mal no es válido. Que elimines todo eso de tu experiencia.
Una vez que esos mensajes han calado, se pierden de vista los propios valores, los objetivos propios, para centrarnos en uno sólo: sentirnos bien a toda costa. Me cueste lo que me cueste.
Por todos lados recibimos este tipo de publicidad con respecto al “deber de sentirme bien”, frente al “derecho a sentirme mal” (basta con ver cómo triunfan empresas como MR. Wonderful para darnos una idea de la denostación que nuestra cultura le da al malestar emocional).
Por todos lados, libros, artículos, películas, programas de radio y televisión, nos dicen: “si quieres vivir bien, tienes que sentirte bien”. “Controla y haz desaparecer tu ansiedad”. “Elimina los miedos de tu vida”. “Lucha contra la depresión”. “¿Sin tiempo para ti? Pon en marcha estos consejos para tener un cuerpo 10”… Y un largo etcétera.
Así, el malestar que experimentamos se convierte en doble. Tenemos el malestar propio de los acontecimientos vitales, más el añadido por no cumplir el canon de felicidad que se nos vende por todas partes.
Todos esos mensajes y sus repercusiones (las estrategias que empezamos a usar para luchar contra “lo malo”) no hacen sino contribuir a aumentar el dolor que sentimos.
Y es entonces cuando el sufrimiento se abre paso. La sensación de fracaso tras la gran cantidad de ocasiones en las que no alcanzamos la meta, cuando la meta es eliminar de nuestra experiencia emociones o pensamientos difíciles, nos duele profundamente, ese fracaso parece decir: no sabes cómo vivir una vida feliz.
Es como si esas emociones y sensaciones (tristeza, miedo, rabia, ansiedad) se hubieran convertido en los pecados del siglo XXI.
Y no se peca solo de emoción, sino también de pensamiento. También hay pensamientos negativos que una persona no debe tener, según esa lógica misterwanderful de la que hablábamos.
Sin embargo, algo está cambiando.
Las personas se están cansando. Se cansan, nos cansamos de tener que agotar todas nuestras fuerzas luchando contra viento y marea en busca del bienestar continuado.
La lucha por el bienestar permanente es una tarea extenuante. Estamos agotadas. Y es que, ¿cómo vamos a sentirnos medianamente bien si estamos en una lucha permanente contra nuestras propias experiencias? Tenemos ejemplos de este cansancio en libros como Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo. Un libro escrito por la ensayista norteamericana Bárbara Ehrenreich.
Ehrenreich, activista por la paz, ensayista, periodista, doctorada en biología y experta en inmunología celular, pasó por un proceso muy difícil en su vida. Le diagnosticaron cáncer.
Como ella misma cuenta, se decidió a escribir este libro cuando llegaron a decirle: “tienes que estar agradecida al cáncer”.
Hay momentos muy duros en la vida, como puede ser recibir un diagnóstico de una enfermedad como el cáncer. Como puede ser la muerte de alguien a quien queremos. Es normal pasar por todo un sin fin de emociones desagradables, por pensamientos horribles en una situación así.
Lo último que necesita una persona en esta situación es, añadir a su dolor el sufrimiento por no estar sintiendo lo que debería, llámese agradecimiento, llámese visión positiva ante la enfermedad, o lo que sea.
La cultura occidental ha diseñado un mapa, que a todas luces parece el mejor, el único. Tiene destellos luminosos. Como un anuncio de coca-cola. El mapa del bienestar.
Es como si la persecución de el sueño americano (que postulaba que querer es poder y que todos podemos con todo) se hubiera infiltrado en todas y cada una de las áreas de nuestra vida. Y además, que podemos solos, individualmente. Tan sólo teniendo pensamientos positivos sobre lo que ocurre. Siendo positivos.
Libros como El Secreto (un superventas del crecimiento personal) postulan que podemos modificar lo que atraemos a nuestra vida, tan sólo modificando lo que pensamos, haciendo vibrar nuestra mente en una determinada frecuencia. Puede parecer una tontería. Pero este libro, sólo en sus primeros cuatro años de vida, vendió 20 millones de copias y fue traducido a 46 idiomas. Este tipo de libros ha sabido crear un producto altamente demandado en nuestra sociedad: herramientas para alcanzar la felicidad (en este caso la herramienta publicitada es el arte de atraer lo bueno a través del pensamiento).
Todo este movimiento del pensamiento positivo conlleva un rechazo absoluto del malestar. Y no solamente esto, sino también una idea asociada, la de que cada individuo es el principal culpable de sus problemas psicológicos y también de los físicos. Y si es el causante, también puede ser él solo quien los solucione. Si tienes una enfermedad, es porque la has atraído con tu forma de pensar (duro, ¿verdad?).
Además, si cada individuo por sí solo debe poder con todo, ¿en dónde queda, por ejemplo, la lucha social?, ¿en dónde la responsabilidad de cada cultura, gobierno, contexto? No es difícil llegar a ver cómo ésta tiranía del sentirse bien puede muy bien funcionar como elemento de control social.
Y dadas todas estas circunstancias… ¿Qué podemos hacer?
En el caso de que tengamos la sensación de insatisfacción con cómo se suceden las cosas en nuestra vida, de que hay algo que hace tiempo no anda por donde querríamos, podemos tratar de darnos cuenta de si el mapa que tenemos nos sirve o no. Tomar consciencia de qué estamos sintiendo y al servicio de qué hacemos lo que hacemos.
Ese mapa que nos llevará a la deseada felicidad… ¿nos está acercando o alejando de la vida que nos gustaría vivir? Es posible que haya a quien le sirva, en ese caso está claro que, oye, si tengo un mapa que me orienta y me funciona, ¡para qué cambiarlo!
Esa vida que deseamos, quizá sea una utopía, pero las utopías nos pueden servir como brújulas que señalen el norte.
Construir nuestros propios mapas es una tarea compleja. Podemos decidir hacerlo acudiendo a un especialista en psicología, o por nuestra cuenta buscando los recursos que creamos convenientes.
Imagina que quieres cruzar un territorio, y siempre que lo haces sigues la misma ruta. En ese ruta hay un momento en el que siempre te haces daño porque debes cruzar un túnel muy muy estrecho. Lo llevas haciendo años.
¿Crees que en algún momento revisarías si hay otras rutas, otros mapas, para transitar ese lugar?
Yo me preguntaría… lo que hago, ¿está orientado por mi propia brújula o por la que me dieron? Y, sea como sea, ¿me sirve este mapa?, ¿es posible dibujar otro?, ¿sería bueno para mí modificar el mapa que utilizo en base a las experiencias que he tenido?