(y por qué a veces las explicaciones que nos damos sobre lo que ocurre no son válidas)
¿Sabías que en junio también es otoño?
Hace unos días estaba con mis sobrinos en un parque de mi pueblo. Justo los días en que empezó a hacer algo de frío. Había muchas hojas por el suelo. En un momento dado, una hoja cayó al suelo, pasando cerca de una de mis sobrinas. Papá, ¡una hoja!… Y su padre, que es mi hermano, le contestó: Claro, porque es otoño.
Fue como un resumen perfecto de nuestra manera de asimilar los fenómenos que se dan en el mundo.
Una persona adulta con habilidades verbales (de 39 años), interactuando con su hija, una persona en desarrollo y en plena adquisición de dichas habilidades verbales (mi sobrina, de 5 años).
Y un acontecimiento: una hoja que cae al suelo, pasando a formar parte de otras muchas hojas que ya habían caído. Colaborando en construir eso que llamamos otoño. La niña observa el acontecimiento, y lo señala: ¡una hoja!…Y, por último: una explicación del fenómeno: …porque es otoño.
Las hojas caen de los árboles porque es otoño.
Conforme con la explicación, probablemente todo niño que escuche esta frase (y adulto también), sienta que su conocimiento del mundo se ha ampliado.
Sin embargo, esa hoja que cayó pasando cerca de una niña para asombrarla… no se caía del árbol porque fuera otoño.
El origen, explicación y causa de su caída había comenzado mucho antes.
A finales de junio (unos 4 meses antes de aquél día en el parque) la cantidad de luz que recibían los árboles ya había empezado a escasear en algunas zonas del mundo.
En Guadix, que es donde nos encontrábamos, así sucede, los días se hacen cada vez más cortos desde final de junio.
A los árboles les cuesta horrores conseguir luz suficiente para que se de la fotosíntesis. Así, sin el contexto apropiado para realizar la fotosíntesis, los árboles no pueden conseguir los nutrientes necesarios. Las hojas que antes estaban verdes empiezan a amarillear.
Empiezan a parecerse a la tristeza. Hasta que, llegado cierto punto de no retorno, la hoja se cae (con algún empujoncillo de viento).
Esa hoja caída, ya había empezado a caerse en junio. De modo que ya en junio había algo del otoño. ¿O no?
Visto así, decir que las hojas se caen porque es otoño es casi casi como no decir nada. No es una explicación de por qué ha caído la hoja. Tampoco nos hace conocer mejor los fenómenos del mundo.
Las hojas se caen de los árboles debido a una multiplicidad de acontecimientos, repartidos a lo largo del tiempo y el espacio. Por una conjunción de hechos. Hechos que sucedieron hace mucho más tiempo del que cabe esperar. Que están ocurriendo en este mismo instante y hechos que en principio no parecen tener relación alguna con la hoja del parque (el movimiento gravitatorio de la tierra, su recorrido alrededor del sol, su movimiento de traslación, etc.). También se suman eventos que ocurren instantes antes de la caída… el aire empuja la hoja, como gota que colma un vaso.
Y, sin embargo, decir que las hojas caen porque es otoño nos sirve . Nos ayuda a comunicarnos.
También nos sirve, como sociedad, decir que estamos mal porque tenemos depresión. Nos ayuda a comunicarnos.
Sin embargo, si necesitásemos ayudar al árbol a curarse del otoño… no sabríamos ni por dónde empezar.
Decir que la pérdida del sentido de la vida se debe a la depresión, es como decir que la hoja se cae porque es otoño.
No nos damos cuenta de que es a esa pérdida a lo que llamamos depresión. Y describir, dar un nombre a algo, no explica ese algo. Llamar otoño a la caída de las hojas no explica por qué se caen las hojas.
Además… ¿Cómo curar a los árboles del otoño? Es más… ¿es buena idea eliminar el otoño?
¿Y si intentar eliminar nuestros otoños, a la larga, es lo que nos hace sentirnos enfermos?
Para empezar a gestionar la caída de las hojas de otra forma, hay que empezar a observar esa caída desde un punto de vista diferente.
Al principio, el otoño nos parece la explicación y el problema. Lo supone todo.
Eliminar el otoño parece lo más sensato.
Muchas personas que hemos acudido a consulta hemos luchado contra el otoño de diversas maneras.
Nos parece lo más sensato porque nos confundimos con la hoja caída.
Damos por hecho que somos la hoja.
Pero, ¿si miramos desde el punto de vista del árbol?
¿Un árbol es sus hojas?
Los árboles las cambian a menudo. Las pierden, y les vuelven a crecer.
Son hojas parecidas, pero son distintas. Eso es lo que nos sucede a los humanos con nuestras emociones, nuestros pensamientos… Nos crecen, y se nos caen. Y nos vuelven a crecer.
Es gracias a la luz que los árboles pueden realizar la fotosíntesis. Así pueden nutrirse. Y tener hojas.
Para que un árbol tenga hojas, hace falta luz.
Pero también necesitan tierra, agua, raíces, podredumbre, necesitan alimentarse de sus hojas caídas, abonarse con ellas… para poder seguir viviendo.
Los humanos nos parecemos a los árboles.
Aunque somos unos seres vivos en cierto modo extraños. Nuestro instinto vital parece estar impulsado por algo abstracto, algo que no es una cosa material, que no puede delimitarse: los valores. Aquello que nos importa.
A veces parece que esos valores han desaparecido del horizonte. Nubes negras nos los tapan. Nos hacen sentir que ya no hay dirección posible hacia ellos. Es como si un árbol dejase de crecer hacia el sol, porque el sol está cubierto de nubes.
Nos damos por vencidos. Si no tenemos hojas, entonces qué nos queda. Nos olvidamos de que aún nos queda la tierra, el agua, de que es importante hacer crecer nuestras raíces. De que las hojas caídas a nuestro alrededor, son abono para la existencia. Que sólo de esa manera, pasado un tiempo, volverán otras hojas a crecerse en nuestras ramas.
No somos la hoja que se cae. La hoja que cae no es el empujón de viento que la ha llevado al suelo. La emoción que sentimos no es el hecho que la ha desencadenado.
Es como si la hoja fuese uno de los testimonios de la biografía del árbol. Pero no es el árbol.
Los valores están siempre disponibles. El sol está siempre disponible. Están al alcance de una llamada de teléfono. Están en la posibilidad de sonreír a tu vecina. Están en ese instante en que podías decirle o demostrarle a un amigo lo mucho que te importa.
Lo que te importa está presente en cada acto que escoges poner en marcha.
Como árbol, no sólo necesitamos luz, sino que también necesitamos de la tierra, que a veces está húmeda y oscura, necesitamos el agua. Cuando las nubes tapan el sol, tenemos que seguir en contacto con la tierra. En la tierra, aunque parezca extraño, también hay luz que recibir del sol.
A veces, dejamos de hacer crecer nuestras raíces. Pensamos que sin hojas, sin la alegría de su verde, ya no merece la pena el esfuerzo.
Pero los árboles no sólo viven a través de las hojas.
Necesitan raíces para sostenerse. También necesitan de otros árboles.
Un árbol sin más árboles a su alrededor va a tener muchas más dificultades para sobrevivir en momentos difíciles.
Las acciones orientadas a lo que verdaderamente nos importa son las que hacen a nuestras raíces más fuertes.
Ahora ya sabes un poco más sobre por qué se caen las hojas de los árboles, y por qué no sentir alegría también forma parte del ciclo de la existencia.