Los 7 pecados capitales: La ira

Los 7 pecados capitales: La ira

Se acerca el verano. Bueno, se acerca el día en el que oficialmente llamamos verano a la estación del año, porque lo que es “el verano” para los que vivimos en esta parte del mundo, ya está aquí. El calor nos está quemando la sangre. Y de ese arder de la sangre es de lo que me gustaría hablarte hoy. La ira. ¿Qué hacemos con ella? ¿Qué es? ¿Para qué sirve? ¿Por qué no puedo dejar de sentir que odio a todo y a todos? Si te sientes identifacadx con ésto, este artículo quizá te interese.

No quiero aburrirte con informaciones que ya conoces, la ira es una emoción básica (Oh ¡sorpresa!), y tiene una función adaptativa (Oh, ¡sorpresa otra vez!), etc., etc..

Quizá lo que no sabes es qué es la ira a nivel fisiológico. Y que, cuando hablamos de enfado, rabia, rencor, coraje, berrinche, mosqueo, irritarse, enfadarse, enrabiarse, encorajinarse, emberrincharse, mosquearse, estamos hablando de diferentes modos de sentirla.

Cuando nuestro cuerpo siente ira, la frecuencia cardíaca y la presión arterial sistólica aumentan, también aumenta la resistencia vascular periférica, con lo que aumenta la presión arterial diastólica. A nivel neuroendocrino, los niveles de testosterona suben. También aumenta la testosterona cuando ponemos en marcha respuestas ofensivas (esto sucede en primates humanos y no humanos). Los niveles de cortisol son bajos durante este proceso (oh! Sorpresa! -esta vez sin ironía-) .

Algo que te va a resultar curioso: cuando sentimos ira, en estudios se ha observado que el oído derecho aventaja al izquierdo (esto se llama escucha dicótica, y nos muestra que hay mayor activación del hemisferio izquierdo en la emoción ira). A nivel de investigación en psicología, lo que nos indica esta mayor activación del hemisferio izquierdo durante la ira  es que, nuestro cerebro no diferencia entre lo que llamamos emociones positivas/buenas o negativas/malas y que, sin embargo, sí presenta una diferencia en la dirección motivacional que la emoción nos propone: motivación de acercamiento o de alejamiento.

Ya lo sabías: la ira nos invita a acercarnos a la fuente de nuestro enfado. Para destruir, sí. Pero acercarnos.

Y justo de esta dirección motivacional que nos propone el enfado es sobre lo que quería reflexionar hoy.

Como toda emoción, la ira es totalmente válida, buena, apropiada. Y, como toda emoción, si su permanencia  es demasiada, se convierte en todo lo contrario.

Sí, incluida la alegría. ¿Te imaginas estar recibiendo un golpe y en lugar de enfado ante el dolor, o miedo, estar más alegre que un almendro? Espero que estés conmigo en que, cualquier emoción que dure demasiado, está de más.

Al contrario, que la permanencia de una emoción, incluida la ira, sea demasiado escasa, es perjudicial para nuestra vida.

A las mujeres nos han enseñado (en general) a echar a un lado inmediatamente nuestros enfados, pues el mandato de género es “no te enfades que te pones muy fea” junto a “las mujeres tenemos que estar guapas o seremos invisibles”… ¿quién quiere ser invisible? La verdad es que nadie (o casi) quiere ser invisible. Así que sabemos que tenemos que reprimir nuestros enfados tanto como nos sea posible. Diría que en gran medida este es uno de los motivos por los que las  mujeres sentimos mucho más a menudo la tristeza de lo que la sentiríamos si pudiéramos enfadarnos sin trabas.

En el otro lado de los mandatos de género tenemos a los hombres, diestros en mostrar sus enfados con una diversidad de modos apabullante. “No seas nenaza” (véase: no vayas a llorar ni estar triste campeón si quieres seguir siendo mi hijo). Y ¿qué sucede? Que poco a poco, los niños van convirtiendo sus tristezas en enfados.

Lo peor de ésto no es ya la esclavitud de los mandatos de género, sino que esa esclavitud construye un muro entre nosotros y lo que sentimos. Y nuestra caja de herramientas pasa a ser una caja inútil que no sabemos para qué demonios sirve.

Al principio hablaba de la dirección motivacional de las emociones: las hay que nos invitan a acercarnos (alegría, ira…), estas correlacionan con una mayor activación del hemisferio izquierdo orbitofrontal, y las que nos predisponen a alejarnos (tristeza, miedo, asco…), en este caso se aprecia activación más intensa en la región derecha.

Pero, más allá de qué parte del cerebro  muestre más o menos activación, lo que resulta interesante es que para dejar de sentirme con una emoción determinada, necesito sentir otra emoción determinada. No hay otra. Siempre estamos sintiendo algo, aunque no tengamos la más mínima consciencia.

Se suele decir que a los hombres se les enseña a no mostrar sus emociones y a las mujeres al contrario. Yo no estoy de acuerdo en esa afirmación, lo que se nos enseña a unas y a otros es a mostrar unas emociones sí y otras no. Lo cual es bastante distinto.

Habitualmente las mujeres optan por la tristeza o el miedo para cumplir con los mandatos culturales. Y los hombres optan por la ira. Lo cual tiene implicaciones como que los hombres suelen ser más “arriesgados” que las mujeres, pues están más entrenados en la dirección motivacional “acercamiento” (aunque sea a través del enfado o, como se suele decir en esta parte del mundo: “echando cojones”) (para quien a estas alturas aún no crea en esto de los mandatos de género, este artículo y los que siguen probablemente no le digan nada, o bueno, quizá al generarle cierta rabia, el impulso por seguir leyendo sea incontrolable 😉 ).

Es curioso que la opción que la religión cristiana propone para doblegar al pecado capital ira, sea una de las “virtudes celestiales”: la paciencia (pues justamente el hecho de que los “circuitos cerebrales” de la ira sean los de la aproximación, hacen que la capacidad para el control de impulsos sea menor o más difícil cuando sentimos enfado; para lo cual, entrenar la paciencia no es ninguna mala idea). No todo iba a ser malo.

Este aprendizaje de género al que se somete a niños y niñas desde bien pequeños (incluso antes de que nazcamos), va a marcar cómo abordamos la existencia unos y otras (por supuesto que hay diferencias intragénero, pero las diferencias intergrupo son mayores que las diferencias que se observan intragrupo).

 

Si este tema te está resultando interesante y te gustaría que profundizara más en él (en cómo la ira y sus características pueden estar afectando a tu vida, seas del género que seas), escríbeme en redes y ¡deja tu comentario!.

 

 

 

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Pandemia de procrastinación (o la moto que te vendieron y no consigues arrancar)

Pandemia de procrastinación (o la moto que te vendieron y no consigues arrancar)

*Procrastinar: conducta evasiva que supone dejar tareas importantes para más adelante.

Párate un momento a pensar… ¿Qué tareas son las que procrastinas más?

Podríamos decir que la mayoría de los seres humanos del mundo occidental nos encontramos en 2 tipos distintos de estados vitales:

  • Estado vital en el que se siente que se está haciendo lo que se quiere
  • Estado vital en el que se siente que no se está haciendo lo que se quiere

En éste último estado vital podríamos decir que a su vez pueden darse otros 2 subestados vitales:

  • Subestado vital de malestar y angustia en el que se está en búsqueda de trabajo
  • Subestado vital de malestar y angustia en el que se está en búsqueda de otro estilo de vida (este subestado normalmente le acontece a aquéllas personas que ya tienen un trabajo/tarea rutinaria/obligación diaria/la vida resuelta-económicamente hablando-).

Es en este último subestado vital de malestar donde se le cae la máscara a toda nuestra historia de aprendizaje con respecto a lo que nos han dicho que era la vida.

Se descubre todo el pastel y ahora que la moto ya es nuestra nos damos cuenta de que no arranca, ni arrancará jamás. Y amiga, la moto nos la han vendido pero que muy cara.

La verdad es que este tema da para muchos posts y si me quedo en uno me quedaré muy corta.

Si he titulado a éste artículo procrastinación ha sido porque es uno de los síntomas del desasosiego que el capitalismo en el que vivimos inmersas nos está generando. Aunque tan sólo es uno de ellos.

Al igual que la fiebre no es síntoma de una sola enfermedad, los síntomas del capitalismo no son característicos tan sólo de él, sino que podrían deberse a otras enfermedades distintas a él.

Por ejemplo, el calentamiento global es un síntoma del sistema en el que vivimos, sin embargo podría deberse (aunque no sea así en este momento de la historia) a otras circunstancias que acaecieran en nuestro planeta.

Otros síntomas, de los que ya hablaremos en otros post, son:

  • Falta de autoestima recurrente: (sentirse mediocre o el afán desmedido por la excelencia)
  • Rechazo del cuerpo que se habita
  • Falta o pérdida de sentido vital
  • Sensación epidémica de soledad, transversal a todas las edades

Pero, ¡si es que no nos queda otra!

¿Cómo no vamos a procrastinar si nuestra mente está hiper-mega-ultra-saturada de cientos de tareas que deberías poner en práctica?

… (y que deberías poner en práctica YA, sé proactiva joder). (Así suena la voz del capitalismo en nuestra cabeza).

Hay tanto por emprender que nuestra amiga mente se queja: ¡dios mío, no puedo!, ¡mañana, mañana empiezo!, ¡lo juro!

Sí, la lista de objetivos, tareas, cursos, clases, metas… puede ser infinita.

Desde tengo que terminar ese libro que empecé en agosto, pasando por puf este culo necesita 300 horas de gimnasio, hasta tendría que apuntarme a ese curso de dothraki (como si te fuesen a nombrar la Khaleesi de tu barrio en unos días y claaro…¿¡cómo es que no hablas ya dothraki!?).

Los ejemplos de arriba pueden parecer una gilipollez.

Y la verdad es que lo son. Pero eso no le importa a nuestra habilidad humana para comprar cualquier cosa que esté identificada con «LA-RECETA-DE-LA-FELICIDAD».

Y este sistema en el que vivimos es el mejor caldo de cultivo para abotargarnos con recetas de este tipo. Recetas que te aseguran un futuro tan feliz que lo mejor será abandonar la vida de mierda que llevas, para perseguir esa otra vida fabulosa donde los unicornios de misterguonderful vomitan arcoiris de colores (con un efecto parecido al soma del mundo feliz de Aldous Huxley).

Unicornio de MisterWonderful vendiéndote una gran mentira

Cuantas más recetas compres, más posibilidades de vivir en unicorniolandia, donde por fin serás una lectora empedernida. Allí tendrás el cuerpo de Khal Drogo, y no habrá persona que se te resista, sea hombre o mujer. Hablarás tantos idiomas que podrás montar, por fin, tu propia ONU alternativa y verdaderamente humanista…

Lo peor de todo esto no es que desees ser una lectora empedernida, o lo que sea. Lo peor de este abuso del capitalismo es que el deseo es en sí mismo un estado de parálisis.

Deseo viene en última instancia de la palabra latina desidia… y, ¿sabes cuál es la raíz de esta palabra?

La raíz es desidere, que significa detenerse. Permanecer sentado.

De manera que, incluso la etimología de la palabra deseo, que es lo que el capitalismo explota para su propio beneficio (beneficio, el suyo, político), nos está alertando de que la exacerbación de los deseos puede estar vinculada con la parálisis.

Entonces, ¿qué nos queda?

Si el bombardeo que recibimos nos lleva a la verdadera desidia (o pereza)… quizá tendríamos que comenzar por revisar lo que deseamos.

Lo que deseamos, eso que contemplamos con anhelo… ¿tiene que ver con lo que verdaderamente te importa?

Este no es un trabajo fácil, el desenredar nuestros valores de los deseos que como metralla se han incrustado en nuestra existencia. Nos va a llevar tiempo. Y esfuerzo.

Pero es posible que el primer paso, lo primero que haya que hacer sea justamente, desiderare. Echar de menos. Permitirte sentir el echar de menos. Dejar de comprar recetas que prometan terminar con ese vacío. Sentir ese hueco. ¿Qué había antes ahí que ahora echas de menos?

Llenarlo con tareas infinitas quizá sólo ensanche el hueco a la larga.

¿Qué echas de menos? Es posible que en ese sentimiento haya muchas respuestas con respecto a qué es lo que te importa de verdad.

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Lo que no sabías del otoño

Lo que no sabías del otoño

(y por qué a veces las explicaciones que nos damos sobre lo que ocurre no son válidas)

¿Sabías que en junio también es otoño?

Hace unos días estaba con mis sobrinos en un parque de mi pueblo. Justo los días en que empezó a hacer algo de frío. Había muchas hojas por el suelo. En un momento dado, una hoja cayó al suelo, pasando cerca de una de mis sobrinas. Papá, ¡una hoja!… Y su padre, que es mi hermano, le contestó: Claro, porque es otoño.

Fue como un resumen perfecto de nuestra manera de asimilar los fenómenos que se dan en el mundo.

Una persona adulta con habilidades verbales (de 39 años), interactuando con su hija, una persona en desarrollo y en plena adquisición de dichas habilidades verbales (mi sobrina, de 5 años).

Y un acontecimiento: una hoja que cae al suelo, pasando a formar parte de otras muchas hojas que ya habían caído. Colaborando en construir eso que llamamos otoño. La niña observa el acontecimiento, y lo señala: ¡una hoja!…Y, por último: una explicación del fenómeno: …porque es otoño.

Las hojas caen de los árboles porque es otoño.

Conforme con la explicación, probablemente todo niño que escuche esta frase (y adulto también), sienta que su conocimiento del mundo se ha ampliado.

Sin embargo, esa hoja que cayó pasando cerca de una niña para asombrarla… no se caía del árbol porque fuera otoño.

El origen, explicación y causa de su caída había comenzado mucho antes.

A finales de junio (unos 4 meses antes de aquél día en el parque) la cantidad de luz que recibían los árboles ya había empezado a escasear en algunas zonas del mundo.

En Guadix, que es donde nos encontrábamos, así sucede, los días se hacen cada vez más cortos desde final de junio.

A los árboles les cuesta horrores conseguir luz suficiente para que se de la fotosíntesis. Así, sin el contexto apropiado para realizar la fotosíntesis, los árboles no pueden conseguir los nutrientes necesarios. Las hojas que antes estaban verdes empiezan a amarillear.

Empiezan a parecerse a la tristeza. Hasta que, llegado cierto punto de no retorno, la hoja se cae (con algún empujoncillo de viento).

Esa hoja caída, ya había empezado a caerse en junio. De modo que ya en junio había algo del otoño. ¿O no?

Visto así, decir que las hojas se caen porque es otoño es casi casi como no decir nada. No es una explicación de por qué ha caído la hoja. Tampoco nos hace conocer mejor los fenómenos del mundo.

Las hojas se caen de los árboles debido a una multiplicidad de acontecimientos, repartidos a lo largo del tiempo y el espacio. Por una conjunción de hechos. Hechos que sucedieron hace mucho más tiempo del que cabe esperar. Que están ocurriendo en este mismo instante y hechos que en principio no parecen tener relación alguna con la hoja del parque (el movimiento gravitatorio de la tierra, su recorrido alrededor del sol, su movimiento de traslación, etc.). También se suman eventos que ocurren instantes antes de la caída… el aire empuja la hoja, como gota que colma un vaso.

Y, sin embargo, decir que las hojas caen porque es otoño nos sirve . Nos ayuda a comunicarnos.

También nos sirve, como sociedad, decir que estamos mal porque tenemos depresión. Nos ayuda a comunicarnos.

Sin embargo, si necesitásemos ayudar al árbol a curarse del otoño… no sabríamos ni por dónde empezar.

Decir que la pérdida del sentido de la vida se debe a la depresión, es como decir que la hoja se cae porque es otoño.

No nos damos cuenta de que es a esa pérdida a lo que llamamos depresión. Y describir, dar un nombre a algo, no explica ese algo. Llamar otoño a la caída de las hojas no explica por qué se caen las hojas.

Además… ¿Cómo curar a los árboles del otoño? Es más… ¿es buena idea eliminar el otoño?

¿Y si intentar eliminar nuestros otoños, a la larga, es lo que nos hace sentirnos enfermos?

Para empezar a gestionar la caída de las hojas de otra forma, hay que empezar a observar esa caída desde un punto de vista diferente.

Al principio, el otoño nos parece la explicación y el problema. Lo supone todo.

Eliminar el otoño parece lo más sensato.

Muchas personas que hemos acudido a consulta hemos luchado contra el otoño de diversas maneras.

Nos parece lo más sensato porque nos confundimos con la hoja caída.

Damos por hecho que somos la hoja.

Pero, ¿si miramos desde el punto de vista del árbol?

¿Un árbol es sus hojas?

Los árboles las cambian a menudo. Las pierden, y les vuelven a crecer.

Son hojas parecidas, pero son distintas. Eso es lo que nos sucede a los humanos con nuestras emociones, nuestros pensamientos… Nos crecen, y se nos caen. Y nos vuelven a crecer.

Es gracias a la luz que los árboles pueden realizar la fotosíntesis. Así pueden nutrirse. Y tener hojas.

Para que un árbol tenga hojas, hace falta luz.

Pero también necesitan tierra, agua, raíces, podredumbre, necesitan alimentarse de sus hojas caídas, abonarse con ellas… para poder seguir viviendo.

Los humanos nos parecemos a los árboles.

Aunque somos unos seres vivos en cierto modo extraños. Nuestro instinto vital parece estar impulsado por algo abstracto, algo que no es una cosa material, que no puede delimitarse: los valores. Aquello que nos importa.

A veces parece que esos valores han desaparecido del horizonte. Nubes negras nos los tapan. Nos hacen sentir que ya no hay dirección posible hacia ellos. Es como si un árbol dejase de crecer hacia el sol, porque el sol está cubierto de nubes.

Nos damos por vencidos. Si no tenemos hojas, entonces qué nos queda. Nos olvidamos de que aún nos queda la tierra, el agua, de que es importante hacer crecer nuestras raíces. De que las hojas caídas a nuestro alrededor, son abono para la existencia. Que sólo de esa manera, pasado un tiempo, volverán otras hojas a crecerse en nuestras ramas.

No somos la hoja que se cae. La hoja que cae no es el empujón de viento que la ha llevado al suelo. La emoción que sentimos no es el hecho que la ha desencadenado.

Es como si la hoja fuese uno de los testimonios de la biografía del árbol. Pero no es el árbol.

Los valores están siempre disponibles. El sol está siempre disponible. Están al alcance de una llamada de teléfono. Están en la posibilidad de sonreír a tu vecina. Están en ese instante en que podías decirle o demostrarle a un amigo lo mucho que te importa.

Lo que te importa está presente en cada acto que escoges poner en marcha.

Como árbol, no sólo necesitamos luz, sino que también necesitamos de la tierra, que a veces está húmeda y oscura, necesitamos el agua. Cuando las nubes tapan el sol, tenemos que seguir en contacto con la tierra. En la tierra, aunque parezca extraño, también hay luz que recibir del sol.

A veces, dejamos de hacer crecer nuestras raíces. Pensamos que sin hojas, sin la alegría de su verde, ya no merece la pena el esfuerzo.

Pero los árboles no sólo viven a través de las hojas.

Necesitan raíces para sostenerse. También necesitan de otros árboles.

Un árbol sin más árboles a su alrededor va a tener muchas más dificultades para sobrevivir en momentos difíciles.

Las acciones orientadas a lo que verdaderamente nos importa son las que hacen a nuestras raíces más fuertes.

Ahora ya sabes un poco más sobre por qué se caen las hojas de los árboles, y por qué no sentir alegría también forma parte del ciclo de la existencia.

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El lenguaje inclusivo (o la conquista del Espacio)

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Me yamo María Acosta. Soy sicóloga. Te hinvito a reflesionar sobre el lenguaje inclusivo. Si as tenido la templanza para poder seguir lellendo, será que debes ser una persona que incorpora la esperanza a sus actos (en este caso, acto de fe en que debe haber algo más en un texto que una buena ortografía). 

Aún así, a pesar de la esperanza, la maquinaria que utiliza tu mente para prepararte ante lo desconocido, nada más percatarse de la primera falta de ortografía, ya ha desatado su sistema de avisos y, no sé si dándote cuenta tú o sin dártela, te estaba alertando de algo, puede que de que este escrito no sería de fiar.

Esto nos sucede porque los humanos somos especialistas en traspasar las características de algo a cualquier otro algo que se le parezca, creando así un conjunto. Me explico.

Si has viajado a Italia, y lo has pasado genial, la próxima vez que te encuentres con algo-alguien de dicho país (el acento en la voz, una película, un tipo de vehículo, una comida, lo que sea), estarás predispuesto a que sea un encuentro agradable, por una cosa que en psicología se llama transformación de las funciones de un estímulo a través de un marco de relaciones (si mi viaje a Italia (A) fue Genial (B), y esta comida (C) es de Italia (A), entonces esta comida ( C) también es Genial( B); lo cual quedaría tal que así: A=B y C= A, entonces C=B).

¿Por qué explico todo esto? Porque las personas nos comportamos en base a reglas verbales de este tipo. El ejemplo de arriba es un ejemplo cualquiera de la infinitud de los que se podrían poner.

Así, si la buena ortografía es igual a buen nivel intelectual, y un buen nivel intelectual es igual artículos con contenido digno, entonces, la buena ortografía  parece asegurar que leer el artículo no será una pérdida de tiempo.

Sin embargo… todo esto que parece tan lógico, no tiene por qué resultar así. No es sino una conclusión basada en la lógica, lo cual no implica que sea literalmente la realidad.

Así, mediante este sistema extraemos conclusiones de cosas que no sabemos. Este sistema es muy útil, aunque a veces nos lleva a error.

De hecho, podrías estar leyendo este artículo (que empieza a tener una ortografía impecable) y, al terminar decirte: ¡otros 15 minutos a la basura!


Pero… ¿qué tiene que ver todo esto con el lenguaje inclusivo?


Anoche al irme a dormir le daba vueltas a este asunto. Me considero una persona feminista, con esto quiero decir que comparto el objetivo del feminismo: igualdad de oportunidades entre todos los seres humanos, sin distinciones.

Este feminismo se puede llevar a cabo de muchas formas (ya sabes que el mapa no es el territorio). Por el mismo sistema de comportamiento sometido a reglas verbales mencionado antes, cuando consideramos que estamos de acuerdo con algo, en este caso un  movimiento (el feminista), y comprobamos que hay personas feministas que hacen cosas que no nos parecen oportunas, nos planteamos si verdaderamente nosotros pertenecemos al tipo de personas que está de acuerdo con dicho movimiento.

Porque nuestro pensamiento está sometido al lenguaje, mediado por él y, el lenguaje tiene la costumbre de tejer y tejer sus redes, de vincular unas cosas con otras (nos guste o no).

¿Eres feminista? Entonces qué, ¿vas a enseñar las tetas en la calle para protestar?, preguntan algunas personas.

En otros casos les parece ridículo el lenguaje inclusivo, ellos y ellas, todos y todas, los niños y las niñas ( “qué rabia me da lo de todos y todas, qué estupidez, ¡estoy ya más harta de las feminbéciles!”… Frase que puede oírse a menudo, en gente que está muy interesada en el feminismo, aunque no se dé cuenta).

Y volviendo a lo mismo, al estar estas frases inclusivas -a veces hasta el aburrimiento- vinculadas a la corriente feminista, hay personas que rechazan el feminismo, no por su objetivo, sino por algunos hechos que forman parte de él, pero que no son él. Hechos que no son ni necesarios, ni suficientes. Hechos prescindibles para el objetivo: la igualdad de derechos y de oportunidades.

Así, si  ante un hecho vinculado al feminismo siento rabia, es probable que cuando participe de cualquier otro hecho feminista, sienta rabia (por supuesto esto tiene más complejidad de como lo estoy presentando aquí, pero para este artículo y lo que quiero transmitir, es oportuno presentarlo así de simple).

Los humanos, ante esto solemos llegar al rechazo del conjunto completo: el feminismo en este caso.

De hecho, el propio lenguaje inclusivo tiene su fundamento en que el comportamiento está sometido a reglas verbales. Concretamente en la transferencia de funciones de un estímulo cualquiera a través de la conducta verbal.

Si la manera de hablar es inclusiva, entonces esto se transferirá al comportamiento, y éste se volverá inclusivo.

Hasta aquí de acuerdo.

Sin embargo, y aquí es donde cobra sentido el título de este artículo, ¿queremos un todos y todas, o queremos conquistar-ampliar el espacio que ocupa la palabra <<todos>>? (teniendo en cuenta que las personas cuando hablamos tenemos tendencia al ahorro, a economizar el discurso).



Anoche pensaba en palabras que en español son de género femenino y que, sin embargo, el contenido que las habita, el significado (lo que representan) del significante (la palabra en sí), es mayoritariamente masculino; la primera que recordé fue la del conocido acertijo, <<eminencia>>.

Pocas personas al pensar en una eminencia en medicina incluyen en su significado a una figura femenina. Lo masculino tiene conquistados los espacios donde habitan los significados.

Toma conciencia de qué hace tu mente ante las siguientes líneas del artículo, qué se representa en tu cabeza:

Una persona astronauta.

Gerencia de un departamento de investigación.

Dirección de una empresa y su cúpula presidencial.

Una persona deportista de élite.

Una persona especialista en física cuántica.

Todas estas palabras están escritas en femenino, y sus significados son ampliamente masculinos. Así que, me pregunto si estamos yendo por el camino correcto. Porque quiero esa igualdad de derechos y oportunidades, porque quiero que hombres y mujeres compartan los espacios sin diferencias que se deban a sus genitales, me pregunto si el camino se debe seguir por la ampliación de significantes (los niños y las niñas), lo cual de alguna forma está fortaleciendo una barrera, o debemos comenzar un camino que amplifique los significados (los contenidos) de los significantes (las palabras) tales como Todos, Eminencia, Niños, Especialistas en Medicina, etc.

Es decir, comenzar un camino que amplifique y reparta los significantes entre hombres y mujeres, ya sean éstos identificados con género masculino o femenino. Porque de momento, el género masculino reina en los significantes, sean estos del signo que sean.

Se me ocurre que sería preferible cuando nos dirigimos a un grupo, hablar usando el femenino (en lugar del  manido todos y todas) y, simplemente decir todas (si me estoy dirigiendo a un grupo de personas, estaría incluyendo a todas las personas del auditorio).

Gracias a todas por haberme leído 😉

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