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Produce o muere: ¿hay alternativas al mapa de la productividad?

Vivimos en la época de la diversidad. Quizá nunca antes en la historia se haya hablado tanto del valor de la diferencia, de que cada persona tiene derecho a formar parte activa de la sociedad sea cual sea su condición (física, sexual, genética, social, etcétera).

Como si lo contrario fuera posible. Como si se pudiera vivir en una sociedad sin formar parte de ella. He aquí el quid de la cuestión. Formar parte activa.

Y cuando se dice activa lo que se quiere decir es productiva.

Del mismo modo que en la sociedad española se pasó de una dictadura a una democracia de la noche a la mañana, hemos pasado de ser una sociedad que excluye a una sociedad que incluye. Y las cosas en una y en otra son lo que pretender ser, sólo en apariencia. Es como un trampantojo que nos parece ser lo que aparenta incluso en el sabor que tiene al degustarlo. Pero si comes pasteles como si fueran fruta, al cabo del tiempo tu organismo se va a sentir enfermo.

Pero ¿qué me pasa si me alimento de saludable fruta?

Unas peras que no lo son. Wang Zhiqiang, pastelero

Durante la industrialización en el siglo XIX y, especialmente a principios del Siglo XX, durante la Primera Gran Guerra, se permitió a las mujeres «formar parte de la sociedad» a través del trabajo en las fábricas. Esta frase se repite y repite, sin darnos cuenta del trasfondo. Como si antes de convertirse en obreras las mujeres no hubieran formado parte de la sociedad. Tan sólo se les reconoció cuando se les abrió las puertas de las fábricas. Esto trajo grandes beneficios, no es mi intención negarlos. Pero no es de ellos de los que quiero hablar aquí.

Con este artículo quiero exponer y llamar a la reflexión, sobre los costes que ha tenido esta vía de reconocimiento social, costes que se han ido instalando en nuestra existencia a raíz de entonces, y los cuales nos pasan factura más de cien años después. Es oportuna la reflexión al respecto porque continuamos explotando esta vía de inclusión, como la única posible.

En una sociedad de la productividad la única vía para ser reconocida y respetada pasa por la capacidad productiva que se tenga.

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